Habíamos dormido la noche anterior en Lugo y la de este día lo haríamos en Ourense. Pero entre una y otra capital de provincia, habíamos pensado hacer dos paradas: una en PORTOMARÍN, cuya Iglesia de San Nicolás y la cercana Escalinata de las Nieves me habían causado una fuerte impresión la primera vez que las vi en una bellísima fotografía en internet; y posteriormente, otra en MONFORTE DE LEMOS, del que habíamos leído muy buenas referencias y en el que nos detendríamos en función del tiempo que dispusiéramos. Así que nos levantamos temprano como todos los días anteriores, me acerqué al aparcamiento Ramón Ferreiro en la calle Salvador de Madariaga donde había dejado el coche, fui hasta la puerta del hotel, cargamos las maletas y enfilamos carretera hacia Portomarín. El tiempo era inestable, hacía fresco a esa hora de la mañana y estaba lloviznando. Y así se mantuvo durante la media hora que duró el recorrido. Llegamos a la plaza Conde Fenosa poco antes de las nueve y cuarto de la mañana, bajo la impresionante mirada del rosetón de la iglesia de San Nicolás. Aparcamos el coche en la placita que se abre a los pies del espléndido ábside románico de la iglesia, presidida en el centro por el excepcional cruceiro de San Nicolás. Como era temprano y no habíamos desayunado aún, decidimos entrar justo en frente de donde habíamos aparcado, en el restaurante Xoanes sito en la rúa Fraga Iribarne. Evidentemente no hacía un tiempo agradable para sentarse en la terraza, que, aunque estaba cubierta, no protegía del ligero viento que soplaba y que esparcía las pequeñas gotas de la llovizna que caía en ese momento. Entramos y nos colocamos en el lado más estrecho de la barra donde no había nadie. El resto de la barra y varias mesas del salón estaban repletas de peregrinos desayunando que iniciaban su ruta del día. Cuatro euros pagamos por el desayuno.
De nuevo en la calle, vimos que la iglesia seguía cerrada y que no abriría en la siguiente media hora. Decidimos dejar la visita para el final y empezar por la escalinata. Cogimos nuestros paraguas del coche y comenzamos a descender en dirección al embalse del Belesar que conforma el río Miño. Este embalse nos traía gratos recuerdos de la novela de Dolores Redondo “Todo esto te daré” en la que la autora describe con maravillosa maestría toda la Ribeira Sacra y la disposición de las vides descolgándose por las laderas en pequeñas terrazas dado lo quebrado del terreno hasta llegar al río. La villa actual es relativamente joven pues nació en 1963. En Portomarín había dos barrios, el de San Juan y el de San Pedro. Ese año, con la construcción de la presa de Belesar, las casas del viejo Portomarín fueron dinamitadas antes de quedar anegadas por la aguas del Miño. No obstante, sus edificios de relevancia y las iglesias de San Nicolás y San Pedro fueron trasladados piedra a piedra y reconstruidos en el nuevo Portomarín. La nueva villa surge en un altozano cercano al río y se le da un cierto aire medieval al mostrar sus calles empedradas y con soportales. Portomarín adquirió gran importancia durante la Edad Media por la labor desarrollada por los Caballeros de la Orden de San Juan en la gestión del hospital de peregrinos que tenía la villa al ser lugar de paso de estos viajeros en su camino hasta Santiago. Esta misma orden militar es la que inicia las obras de la iglesia de San Juan, que preside un lateral de la plaza de la villa. Cargados con nuestros paraguas iniciamos camino por la rúa Diputación para girar a la derecha por la rúa Peregrino hasta llegar a la ESCALINATA Y CAPILLA DE LAS NIEVES, una curiosa y efectista escalera realizada en piedra de granito que lleva a la Capilla de las Nieves y que es oficialmente la entrada de los peregrinos a la villa. La escalinata hace un arco por encima de la carretera y desde ella se aprecia una buena vista del embalse de Belesar. La Capilla de las Nieves era la capilla del viejo hospital de la Orden de San Juan. Las malas lenguas aseguran que hay una maldición para aquel que se pare a descansar a mitad de la escalinata, siendo castigado con varios años de mal sexo. No somos nosotros muy seguidores de leyendas ni de maldiciones centenarias, pero por si acaso subimos la escalinata sin descanso alguno para nuestras maltrechas rodillas. En este menester nos cruzamos con varios peregrinos que llegaban a la villa, cargados con sus enormes mochilas y chubasqueros de plástico. Nos miramos Concha y yo y creo que ambos pensamos lo mismo. Nos vino a la cabeza la anécdota que cuentan de Guerrita, figura del toreo, que con ocasión de ser presentado al filósofo José Ortega y Gasset, el diestro le preguntó: Usted, don José ¿a qué se dedica? A pensar, respondió Ortega. Cuentan que el torero lo miró con cara de sorpresa y, volviéndose a los que estaban alrededor, exclamó: ¡Hay qué ver! ¡Desde luego, hay gente pa tó! De vuelta de nuevo al centro de la villa, nos topamos con un par de anuncios que nos llamaron la atención. De todos es sabido que los peregrinos realizan cada día una etapa del Camino y pernoctar en los albergues habilitados por tal fin, yendo cargados con sus mochilas a la espalda –como ya hemos citado anteriormente–. Sin embargo, descubrimos que hay empresas que se dedican a transportar las mochilas de los peregrinos hasta el albergue de la siguiente etapa, con lo cual, el camino se hace más llevadero y cómodo. Llegamos a la plaza Conde Fenosa y nos detuvimos a contemplar el PAZO DEL CONDE DA MAZA, edificio del siglo XVI que fue trasladado piedra a piedra hasta su ubicación actual cuando se construyó el embalse. En la actualidad es el Ayuntamiento de la villa. Delante de la fachada se encuentra una escultura en granito de Santiago peregrino. Frente al pazo se alza majestuosa la fachada principal de la IGLESIA DE SAN NICOLÁS, conocida como de San Juan con anterioridad. Es un templo que, al igual que el pazo, fue trasladado piedra a piedra a su nueva ubicación. Por eso no nos debe extrañar que un número elevado de las piedras que conforman el ábside aún conservan los números que les asignaron para reconstruir el edificio. La iglesia tiene aspecto de iglesia-fortaleza con torres y almenas. Es una maravillosa obra realizada a finales del siglo XII y principios del XIII. Se vincula su construcción a algún colaborador del maestro Mateo. Tiene una sola nave y un ábside semicircular. Destaca su fachada principal con un hermoso rosetón y la portada, con tres arquivoltas, en la que, en una de ellas, están representados los veinticuatro ancianos del Apocalipsis, temática repetida en multitud de portadas románicas. En el tímpano, destaca la solitaria figura del Pantocrátor. Las otras dos portadas, la norte y la sur, por la que se accede al interior de la iglesia, presentan características muy similares, aunque las arquivoltas solo presentan decoración geométrica. El templo presenta una sola nave rectangular, con bóveda ligeramente apuntada reforzada por la presencia de arcos fajones, y el amplio ábside con el altar mayor presidido por un precioso crucificado. Nada más entrar, lo primero que llama la atención es la primorosa pila de agua bendita, que no es originaria de este templo sino del de San Pedro. Muy cerca de ambas puertas laterales se encuentran dos baldaquinos, uno a cada lado de la nave. El interior es sencillo y muy luminoso debido a las numerosas ventanas a ambos lados de los muros laterales de la nave y a los dos espléndidos rosetones que lucen encontrados encima del ábside y en el muro de la fachada principal. Al salir, nos dirigimos hacia donde teníamos aparcado el coche y pudimos contemplar más detenidamente el CRUCEIRO DE SAN NICOLÁS situado al lado del ábside del templo. Conserva únicamente la cruz gótica, con la imagen de Cristo por las dos caras y cuatro figuras a sus pies. Es una de las pocas cruces de este estilo que se conservan en Galicia.
Había dado de sí la mañana y con el cielo encapotado, pero sin amenaza de lluvia, nos montamos en el automóvil y nos dirigimos a Monforte de Lemos donde íbamos a realizar una pequeña parada. Pasaban pocos minutos de las once de la mañana.
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