martes, 28 de febrero de 2006

ÉVORA: UNA COMPLETA LECCIÓN DE HISTORIA DEL ARTE

El reloj no marcaba aún las nueve de la mañana cuando nos disponíamos a atravesar la maravillosa estructura rojiza del Puente 25 de Abril, despidiéndonos así de unos días encantadores que habíamos podido disfrutar durante nuestra corta, pero fructífera, estancia en la capital portuguesa. Lo hacíamos  dispuestos a recorrer con prontitud los escasos ciento treinta kilómetros que nos separaban de la ciudad de Évora donde teníamos planificado hacer una breve parada en el viaje de regreso a casa para visitar los edificios más significativos de su centro histórico. En ese momento el tráfico era fluido, lo que nos permitió abandonar Lisboa con cierta rapidez y disfrutar de las largas planicies repletas de encinas que definen a la perfección el paisaje típico del Alentejo. Algo más de una hora después dejábamos la autovía que traíamos desde Lisboa para dirigirnos a Évora. No obstante, nada más tomar la carretera que nos llevaría a la ciudad vimos unos carteles indicadores sobre la presencia de varios monumentos megalíticos en la zona y, dado que íbamos bien de tiempo decidimos ir a visitar el que nos caía más cerca, conocido como Menhir de los Almendros. Así fue cómo nos desviamos por una estrecha carretera que tras unos seis o siete kilómetros nos dejó a los pies de un camino no asfaltado que nos conduciría hasta el dolmen después de recorrer una distancia cercana al kilómetro. Curiosamente, mientras caminábamos coincidimos con otra pareja que llevaba las mismas intenciones que nosotros. El MENHIR DE LOS ALMENDROS, ubicado muy cerca del Crómlech del mismo nombre, pero que nosotros declinamos de visitar por dos motivos: uno, teníamos poco tiempo para llevar a cabo todo lo planificado; y dos, Concha no estaba dispuesta a hacer una excursión campestre más larga aquella mañana. Se afirma por parte de los estudiosos del tema que el menhir indica el amanecer en el solsticio de verano (el día más largo del año). Tiene la forma de un huevo alargado y un báculo grabado en la parte superior. Esta forma representa la importancia de la naturaleza en el Neolítico, especialmente en lo que se refiere a la domesticación de los animales. Tras las correspondientes fotos en las que colaboramos las dos parejas que estábamos en ese momento ante este espectacular monumento megalítico, iniciamos el regreso hacia el coche para dirigirnos a Évora.

 

Ya en la ciudad, aparcamos el coche en la plaza 1º de Mayo, frente a la blanca fachada del Convento de San Francisco, donde íbamos a visitar la llamada CAPELA DOS OSSOS (Capilla de los Huesos). Las entradas correspondientes a la visita tenían un precio de dos euros, al que hubo que sumar un euro más para poder hacer fotos y grabar vídeo. Concha no se imaginaba el contenido de la capilla por lo que su sorpresa fue mayúscula, aunque ya habíamos visto con anterioridad algún abarrotado osario como el existente junto a la iglesia de Santa María de la O en la localidad vallisoletana de Wamba. Dejamos la iglesia para visitarla a la salida y nos dirigimos directamente a la Capilla, envuelta en un ambiente de penumbra y tragedia propio de una cripta. Fue construida a finales del siglo XVI a partir de una idea de los frailes franciscanos que vivían en este monasterio: reflexionar sobre la condición, la frágil existencia humana y meditar sobre la vida eterna y definitiva. Sobre la puerta de entrada a la capilla se muestra el siguiente mensaje: "Nosotros huesos que aquí estamos por los vuestros esperamos". Tanto sus pilares como sus paredes se encuentran revestidas por varios miles de calaveras y millares de huesos que estaban sepultados en los cementerios de la ciudad. Al fondo, en una de las paredes, aparecen colgados dos esqueletos. Una leyenda cuenta que eran padre e hijo, y que el hijo maltrataba a la madre, acción de la cual el padre era cómplice al no oponerse. Al morir la madre echó sobre ellos la siguiente maldición: !Que la tierra de vuestras sepulturas no os destruya! Por su parte, el CONVENTO DE SÃO FRANCISCO, primer convento de esta orden construido en Portugal, es uno de los mejores ejemplos del estilo tardo-gótico del Alentejo. El convento también cuenta con una de las mayores iglesias del país, ricamente decorada por los mejores artistas de la época. 

Finalizada la visita a la capilla, nos encaminamos por la rúa de la República hasta la céntrica PRAÇA DO GIRALDO, de la que se dice en Évora que todos los caminos conducen a ella. El nombre de la plaza es un homenaje a Geraldo Geraldes, “El Sin Pavor”, conquistador de la ciudad a los musulmanes a mediados del siglo XII, hecho que facilitó el que fuera nombrado alcaide de la ciudad por el rey Alfonso Henriques. Entre los muchos alicientes con que cuenta la plaza para ser disfrutada en una visita tranquila, además de los soportales que protegen a los viandantes tanto del calor como de la lluvia, destacan principalmente dos: una FUENTE de mármol de estilo barroco de cuyo fuste central, sobre el que descansa una corona, salen ocho canillas de agua, cada una asociada a cada una de las calles que vienen a morir en la plaza. Este fuste se encuentra. El segundo monumento a tener en cuenta es la blanca fachada de la IGLESIA DE SANTO ANTÃO, de mediados del siglo XVI. El templo, que domina uno de los lados de la plaza, tiene tres naves y planta de salón. Frente a la iglesia, en el extremo opuesto se puede contemplar la actual Agencia del Banco de Portugal, un edificio que estuve relacionado en el pasado con la Inquisición.  

Abandonamos la plaza por la rúa 5 de Octubre, calle que recorrimos hasta toparnos con el muro de piedra oscurecida por el paso de los siglos de la catedral, en fuerte contraste con el brillante encalado de los edificios que la circundan. Abonamos cuatro euros por dos entradas para visitar el interior catedralicio y los claustros que lo complementan.  La SÉ DE ÉVORA, como es conocida la catedral en portugués, es una construcción iniciada a finales del siglo XII. Está realizada completamente en granito, y supone una transición del estilo románico al gótico. Ha ido incorporando a lo largo de los siglos numerosas mejoras y reformas, destacando sobre todas ellas el cimborrio que es el elemento arquitectónico más espectacular con que cuenta. Finalizada la visita nos encaminamos por Largo de Marqués de Marialva para desembocar frente a la fachada neoclásica del MUSEO DE ÉVORA, que cierra uno de los extremos de la explanada donde se levanta majestuoso el Templo de Diana, quizá el monumento más reconocido de la ciudad. Desde aquí se nos mostraba gratamente visible la torre campanario de su catedral, que habíamos leído que era considerada como la catedral medieval de mayor tamaño de Portugal. A pesar de que la entrada de acceso al Museo era barata, decidimos pasar de largo dada la escasez de tiempo del que disponíamos. Por su parte, el TEMPLO DE DIANA es uno de los más grandiosos y más bien preservados templos romanos de toda la Península Ibérica.  Su columnata es de estilo corintio y fue construido en a comienzos del siglo I d.C. Al contrario de lo que dice la historia popular que fue construido en honor de la diosa Diana, el templo Romano de Évora fue erigido para rendir homenaje al emperador Augusto, venerado como un dios, formando parte de lo que sería el foro romano. Este majestuoso monumento tiene una forma rectangular. La base (el podio), formada por grandes bloques de granito y con más de tres metros de altura, está casi intacta. Sobre el podio se elevan majestuosas sus catorce columnas corintias originales en tres de sus cuatro lados.

Tras la correspondiente sesión de fotos desde todos los ángulos posibles y dada la hora que era, algo más de las una y media de la tarde, el cuerpo ya nos iba pidiendo un descanso y algún refrigerio. Por ello, decidimos sentarnos un rato en una de las mesas de la terraza del QUIOSQUE JARDIM DIANA, que ofrecía una vista excepcional del templo. Pedimos un zumo para Concha y una cerveza Sagres para mí. Acompañamos las bebidas con unas tapas de croquetas y patatas fritas por las que abonamos siete euros. Llegados a este punto, desandamos todo el recorrido para dirigirnos hacia el coche, que se encontraba aparcado en la plaza 1º de Mayo, no sin antes detenernos en la praça do Giraldo a comprar un cucurucho de castañas asadas que vendía una señora bastante mayor en un puesto callejero, manjar que nos fuimos comiendo camino del aparcamiento. 

  

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