lunes, 29 de octubre de 2012

Almería: visita a la ciudad



Era la segunda vez que intentábamos ir a Almería –la ocasión anterior nos la estropeó la lluvia–, pues era la única capital andaluza que no conocíamos. Cogimos una buena oferta en el Hotel Catedral (cincuenta y cinco euros por noche), situado, como su nombre indica, en un palacete del siglo XIX justo al lado de la mismísima catedral.

No obstante, daba la sensación de que las contrariedades no nos iban de nuevo a permitir llevar a cabo la visita a la ciudad. La misma tarde del día anterior a iniciar el viaje, nos llaman de la agencia del mayorista para indicarnos que ha habido un problema con uno de los clientes del hotel y que éste tiene que permanecer una noche más en el mismo, y que, por ello, nos ofertan un nuevo hotel donde, bien podemos pasar sólo la primera noche y la segunda alojarnos en nuestro hotel –Catedral–, o bien pasar las dos noches en el mismo hotel de la nueva oferta –Nuevo Torreluz–. En compensación, nos ofrecen el desayuno del segundo día –no estaba incluido en el precio de la reserva– y una cena degustación de tapas. Tras debatirlo entre nosotros y ver la ubicación y condiciones del nuevo hotel, acordamos aceptar la oferta. Llamamos de nuevo al mayorista y este nos confirmó las mejoras que nos ofrecían.    

Iniciamos el viaje bien temprano, en torno a las siete de la mañana. El tráfico que nos encontramos fue escaso y llegamos a la ciudad de Almería sin ningún tipo de complicación. Decidimos iniciar nuestra visita a la ciudad por la Alcazaba. El TomTom se había portado perfectamente durante el viaje y la primera parte del callejeo por la ciudad. Nuestro problema comienza al llegar a la Puerta de Purchena, pues debido a las obras en algunas calles y las señales de tráfico que impedían el acceso a otras, entramos en un círculo vicioso en el que dimos un par de vueltas por las mismas calles. Visto que no íbamos a encontrar solución para llegar a la Alcazaba, decidimos llegar a la misma por distinto itinerario. Una vez estuvimos de nuevo en la Puerta de Purchena descendimos por el Paseo de Almería hasta el puerto y probamos a entrar por otro sitio. Esta vez sí llegamos hasta el aparcamiento que hay bajo las murallas, no sin antes haber preguntado a alguna amable señora si íbamos por el camino correcto. Además, como era temprano –no pasarían las 9:30 horas–, los gorrillas aún no habían hecho su aparición.

Ascendimos por la pronunciada rampa de acceso al monumento con calma y tranquilidad, debido sobre todo al estado de mis rodillas. La entrada fue gratuita y en la misma taquilla nos facilitaron un folleto informativo bastante detallado. Además llevábamos impreso un concienzudo trabajo sobre la Alcazaba, elaborado por el Centro de Adultos de Almería, donde nos aportaban los datos más significativos de cada uno de los espacios a visitar. Atravesamos la torre de los Espejos y la puerta de la Justicia y nos encontramos con el primer recinto –de los tres que tiene–, zona ampliamente ajardinada y de agradable paseo. Recorrimos con tranquilidad los jardines contemplando a su vez las inmejorables vistas de la ciudad que se observan desde sus murallas. Contemplamos también el Cerro de San Cristóbal con su Cristo y el lienzo de muralla, llamada de Jayrán, por ser este gobernante quien mandó construirla para proteger el barranco de la Hoya.

Ascendimos por una escalinata hasta encontrarnos con el Muro de la Campana de la Vela, cuya utilidad era la de avisar a los vecinos de Almería de posibles ataques piratas. Este muro ciñe parte del segundo recinto de la Alcazaba. En el mismo pudimos contemplar el Aljibe, la ermita de San Juan, las reconstruidas Casas Árabes –donde pudimos observar varios paneles explicativos y diversos elementos expuestos–, la Casa del Alcaide con su patio delantero y su encantadora alberca, y los restos del que fuera recinto palaciego de los reyes musulmanes que habitaron la Alcazaba. Entre todos estos restos destacan los correspondientes al hammán y el Muro de la Odalisca, con una entretenida leyenda de amores imposibles entre moros y cristianos.    

Pasados los restos arqueológicos nos dimos de lleno con la muralla y foso cristianos con conforman el tercer recinto. Impresionan la conservación de las troneras enclavadas en las murallas que ciñen este espacio. Totalmente de construcción cristiana tras la conquista de la ciudad a los musulmanes, consta de un robusto patio de armas donde destacan sobremanera la Torre del Homenaje –convertida en sala de exposiciones su planta baja– y la Torre de la Pólvora, donde se exponen las viejas puertas de la Alcazaba y unos cañones defensivos. Además impresionan las vistas de la autovía que circunvala Almería, y las del barrio de la Chanca y el puerto.
De camino a la salida, en el primer recinto vimos, por último, los restos de los aljibes, que recogían el agua elevada por una noria de casi setenta metros.        

Tras la grata visita a la Alcazaba, nos dirigimos al hotel donde nos habían reubicado para esa noche, Nuevo Torreluz, de 4 estrellas. Esta vez el TomTom fue más certero y no tardamos mucho en aparcar frente al hotel para, al menos, bajar las maletas del coche. Una sorpresa agradable nos esperaba, pues la estatua de John Lennon –que yo tenía intención de localizar estuviera donde estuviera para fotografiarla– estaba en la Plaza Flores, la misma en la que estaba nuestro hotel.

Bajamos las maletas, nos dan la habitación y llevamos el coche al parking, donde para llegar tuvimos que dar casi media vuelta a la ciudad, a pesar de que estaba a menos de 50 metros, pues la calle que llevaba al mismo estaba en obras.

Una vez colocado el coche en su parking correspondiente, nos dispusimos a conocer un poco los sitios más característicos de esta ciudad. Como nos dirigimos hacia la  Puerta de Purchena, pasamos por delante de la majestuosa fachada de la iglesia de Santiago, precioso ejemplo del renacimiento español. Avanzamos un poco más y divisamos a lo lejos la sobria fachada de la iglesia de San Sebastián y el remozado edificio de la denominada Casa de las Mariposas por el corolario de estos insectos que rodean su cúpula exterior. Nos adentramos en la Puerta de Purchena y nos fotografiamos con la estatua de Nicolás Salmerón, uno de los presidentes de la Primera República, confundido con uno más de los muchos paseantes que en esos momentos se encontraban en este espacio. Allí mismo preguntamos a unos abuelos que estaban sentados en un banco por la ubicación de los Aljibes de Jayrán, dirección que no nos supieron dar, y nos enviaron confundidos al edificio por el que tienen su entrada los llamados “Refugios de la Guerra”. Aprovechamos la ocasión para intentar visitarlos pero nos informó el joven que atendía la taquilla que la visita se hacía únicamente mediante reserva  y que las únicas plazas que quedaban para el fin de semana eran para la visita del domingo, a las 11:30 horas, cosa que me extrañó un poco pues yo creía que esta visita no tendría el suficiente atractivo como para estar completa hasta el domingo.

Ya que estábamos tan cerca decidimos visitar los llamados Aljibes de Jayrán, de los que sólo se conservan tres espléndidas naves. Hoy en día están a disposición de la Peña flamenca El Taranto y, tras una exhaustiva rehabilitación llevada a cabo por el ayuntamiento de Almería, hace también las veces de espacio expositivo y de conferencias.

Una vez vistos, nos damos un pequeño paseo por el centro de la ciudad: pasamos por delante del Convento de Las Puras, vamos a la Plaza Vieja, donde vemos el monumento a “Los Coloraos” y una lona que semeja la fachada del Ayuntamiento, que está cerrado por obras. Desde allí bajamos por la calle de las Tiendas hasta la Plaza de la Catedral, donde pasamos a verla pues estaba abierta porque había boda.

La catedral es una inmensa mole con aspecto más de castillo que de iglesia. El templo presenta planta de salón formada por tres naves de altura poco elevada, cubierta plana, escasez y poca amplitud de los vanos, elementos defensivos típicos de una fortaleza (adarves, troneras, aspilleras, atalayas...) y una subordinación general de los aspectos estéticos a los defensivos. Tres capillas, situadas en la cabecera y girola, conforman una planta de forma rectangular. En el transepto, sobre el crucero, se sitúa la linterna renacentista, obra de Juan de Orea, autor también de la sacristía y del patio de armas, convertido en claustro en el siglo XVIII. El templo cuenta con una torre del homenaje del siglo XVII. Fue curioso descubrir en la capilla principal de la catedral, por un lado, el llamado Cristo de las Escuchas –con su curiosa leyenda– y, por otro, el sepulcro renacentista del obispo Fernández de Villalán, a cuyos pies vemos la imagen de un perro, origen de otra curiosa leyenda.

La catedral en sí estaba poco iluminada, pues no era horario de visita y sí de boda en una de las capillas laterales, lo que no nos impidió realizar una visita completa al edificio. Una vez fuera de la catedral, nos planteamos buscar algún bar donde comer un poco. Próxima, pues, la hora de comer, llamamos a nuestro hijo Carlos para que nos dijera algunos bares donde tapear y comer un poco pues ya eran casi las dos. En ese momento nos dice que está intentando hablar con su amigo Paco, que vive en Almería, pero que no le coge el teléfono. Nosotros bajamos la calle Trajano y vimos algunos bares que estaban abiertos y que tenían terraza porque hacía buen tiempo y era agradable estar sentado en la calle, aunque a veces se levantara un pequeño y molesto viento. Subimos por la calle San Pedro, donde en la esquina, justo al lado de la iglesia del Sagrado Corazón, nos encontramos con el bar “El Pescaíto”, con una buena terraza, unas sillas bastante cómodas –lo que le vendrá bien a Concha para su espalda– y bastante gente sentada comiendo y bebiendo.

Al rato nos llamó Carlos para darnos algunas direcciones de bares de tapeo y cuando le decimos el nombre del bar en el que estamos nos dice que nos podemos quedar perfectamente en él porque, según su amigo Paco, es de los mejores bares de tapeo de Almería. Entre otras cosas probamos calamaritos a la plancha, patas de calamar, un pescado llamado “reloj”, que nos explicó el camarero que se llamaba así porque al pescarlo hacía un ruido parecido al que hace un reloj –yo creo que el camarero tenía ganas de cachondeo–, bacalao, paella de mariscos, pulpo a la gallega y champiñón relleno. Todo estuvo muy bien, la presentación de las tapas, la tardanza en servirlas y el servicio de bebida. Pagamos 21 euros, propina incluida.

Llenos de comida y bebida nos fuimos al hotel con la intención de descansar un poco, ya que la distancia a la que nos encontrábamos era escasa. Llegamos a la habitación, nos refrescamos un poco y pusimos la tele un rato. Yo creo que no me dio tiempo a verla más de un par de minutos pues al momento ya estaba durmiendo. Abrí los ojos casi tres horas después, cerca de las seis de la tarde. Nos vestimos y nos fuimos a dar una vuelta por el Paseo de Almería  
 
Concha iba un poco pesada con la opípara comida que habíamos degustado. Por ello buscamos un lugar donde tomar una tónica. Vimos una cafetería-churrería, que estaba bastante repleta de personas tomando sus cafés y churros, en la esquina del Paseo de Almería con la calle Rueda López. Finalmente nos decantamos por ella. Nos sentamos en una mesa interior, pues fuera hacía un poco de fresco y pedimos una tónica y una manzanilla con anís y churros. Estaban muy ricos. Una vez acabadas las consumiciones nos dirigimos por esta misma calle –Rueda López– hasta el bellísimo paseo que se encuentra entre La Rambla y la Avenida de Federico García Lorca. Bajamos casi hasta el puerto, disfrutando de una excelente temperatura y vegetación. Acercándose ya la noche, decidimos volver al hotel para vestirnos más adecuadamente y salir a cenar. Camino del hotel, en el mismo Paseo de Almería, vimos un Carrefour Market y decidimos entrar a comprar un par de tónicas para dejarlas en la habitación. ¡Bendita la hora en que entramos en el supermercado! Cogimos las tónicas y nos dirigimos a una de las cajas para pagar. En una había un señor ya un poco mayor, con una caradura impresionante, que trataba por todos los medios de convencer a algún cliente para que le pagara el cartón de vino que llevaba; en la otra caja, había un “señor” con una borrachera bastante importante, con una litrona en la mano y que, como nse decidía a pagarla, lo único que hacía era entorpecer el pago a los demás clientes. En fin, mejor olvidar el incidente.      

De vuelta al hotel, nos duchamos y nos vestimos para salir a pasear esa noche. Después de caminar y hacer un poco de hora para poder sentarnos en alguna terraza, decidimos dirigir nuestros pasos hacia La Bambalina, bar de tapas con terraza, en la calle Padre Alfonso Torres, muy cerca del que habíamos estado tapeando a medio día. Aquí el diseño y la presentación de las tapas ganaban bastantes enteros respecto al anterior bar. La terraza la servían con prontitud tres chicas simpáticas y diligentes. Entre cervezas y vinos nos tomamos, entre otras tapas, un rulo de queso de cabra con mermelada de naranja, un foie con salsa de arándanos –que Concha repitió–, un lomo en salsa de mostaza exquisito, unas almejas fritas –fue lo peor de la noche pues, aunque estaban frescas, estaban muy resecas– y un pescado, de nombre breca, que no conocíamos y que resultó estar muy, pero que muy bueno y que, según una de las camareras que se presentó como titulada en enfermería, era muy bueno para los desarreglos del estómago. Pagamos con las cervezas y los correspondientes vinos unos 15 euros por los dos.      

Como la noche era agradable, decidimos dar un nuevo paseo y tomar una copa en alguna terraza de las que hubiera abiertas en la Rambla. Nos decantamos por degustar un gintonic en la terraza de Botania, con una ubicación encantadora en medio del paseo. A la entrada vimos una damajuana nueva entre las cajas de bebidas vacías en el exterior del recinto. Esperamos unos minutos hasta que nos colocaron en una mesa y pedimos una mezcla de ginebra Bulldog y una tónica Fever Tree. Concha se decantó por una manzanilla con anís. Estuvimos un rato agradable y de entretenida charla. Tras pagas 11 euros por las bebidas, nos levantamos de la mesa con la intención de irnos al hotel para descansar, pues al día siguiente nos esperaba el Cabo de Gata. Ni que decir tiene que a la salida del local, cogí la garrafa y nos la llevamos al hotel.    

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