El reloj no marcaba aún las nueve de la mañana cuando nos disponíamos a atravesar la maravillosa estructura rojiza del Puente 25 de Abril, despidiéndonos así de unos días encantadores que habíamos podido disfrutar durante nuestra corta, pero fructífera, estancia en la capital portuguesa. Lo hacíamos dispuestos a recorrer con prontitud los escasos ciento treinta kilómetros que nos separaban de la ciudad de Évora donde teníamos planificado hacer una breve parada en el viaje de regreso a casa para visitar los edificios más significativos de su centro histórico. En ese momento el tráfico era fluido, lo que nos permitió abandonar Lisboa con cierta rapidez y disfrutar de las largas planicies repletas de encinas que definen a la perfección el paisaje típico del Alentejo. Algo más de una hora después dejábamos la autovía que traíamos desde Lisboa para dirigirnos a Évora. No obstante, nada más tomar la carretera que nos llevaría a la ciudad vimos unos carteles indicadores sobre la presencia de varios monumentos megalíticos en la zona y, dado que íbamos bien de tiempo decidimos ir a visitar el que nos caía más cerca, conocido como Menhir de los Almendros. Así fue cómo nos desviamos por una estrecha carretera que tras unos seis o siete kilómetros nos dejó a los pies de un camino no asfaltado que nos conduciría hasta el dolmen después de recorrer una distancia cercana al kilómetro. Curiosamente, mientras caminábamos coincidimos con otra pareja que llevaba las mismas intenciones que nosotros. El MENHIR DE LOS ALMENDROS, ubicado muy cerca del Crómlech del mismo nombre, pero que nosotros declinamos de visitar por dos motivos: uno, teníamos poco tiempo para llevar a cabo todo lo planificado; y dos, Concha no estaba dispuesta a hacer una excursión campestre más larga aquella mañana. Se afirma por parte de los estudiosos del tema que el menhir indica el amanecer en el solsticio de verano (el día más largo del año). Tiene la forma de un huevo alargado y un báculo grabado en la parte superior. Esta forma representa la importancia de la naturaleza en el Neolítico, especialmente en lo que se refiere a la domesticación de los animales. Tras las correspondientes fotos en las que colaboramos las dos parejas que estábamos en ese momento ante este espectacular monumento megalítico, iniciamos el regreso hacia el coche para dirigirnos a Évora.